03 enero 2007

 

Lois McMaster Bujold - Recuerdos



[...] Fuera lo que fuese lo que admirabas de mis logros, lo que te inspiró, ya ha desaparecido. Trece años de carrera arrojados por el desagüe. Pásame esa jarra. —Bebió fuego líquido y se la devolvió a Lem, quien la pasó a Harra y volvió a recuperarla—. Civil nunca apareció en la lista de todas las
cosas que pensaba que podría ser a los treinta años.

La luna rielaba sobre el agua.

—Y me pediste que me levantara y declarara la verdad —dijo Harra, después de una larga pausa—. ¿Significa eso que pasarás más tiempo en el distrito?

—Tal vez.

—Bien.

—Eres implacable, Harra —gruñó Miles.

Los insectos entonaban su suave coro en el bosque: una diminuta sonata orgánica a la luz de la luna.

—Hombrecito —la voz de Harra en la oscuridad era tan dulce y letal como el licor de arce—, mi madre mató a mi hija. Y fue juzgada por ello delante de todo el valle Silvy. ¿Crees que no sé lo que es la vergüenza pública? ¿O el deshonor?

—¿Por qué piensas que te estoy contando todo esto?

Harra guardó silencio el tiempo suficiente para que Lem pasara la jarra una última vez, bajo la tenue luz de la luna y entre las sombras.

—Continúa —dijo entonces—. Simplemente continúa. No hay más, y no hay trucos para hacerlo más fácil.

—¿Qué encuentras en el otro lado? ¿Cuándo continúas?

Ella se encogió de hombros.

—Tu vida otra vez. ¿Qué si no?

—¿Es una promesa?

Ella cogió un guijarro, lo sopesó, y lo lanzó al agua. Los reflejos de la luna se hincharon y bailaron.

—Es inevitable. No hay truco. No hay elección. Sólo continúas.


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